Generación suscrita

El matrimonio hizo pillarse a Robert Redford la cogorza del siglo y andar descalzo por un parque. Y sí, sé que es una película, pero servirá para ejemplificar lo que era una joven pareja tipo en la década de los sesenta. Un par de chavales enamorados, que inicia sus primeras andanzas en el matrimonio comprando un apartamento humilde, sin más expectativas que las de crear en él un hogar. Desde luego, no tardarían en ir a por el primer hijo. Mudarse a una residencia con jardín cuando fuera a llegar el segundo. Planes de pensiones. Esas cosas. Con problemas, sí, pero con confianza en que desarrollar un proyecto de vida juntos sería algo plausible y, con algo de esfuerzo, incluso disfrutable.

Este marco social cambia a partir de la década de los setenta, coincidiendo con la presentación del Informe Kissinger. La familia tradicional presenta una amenaza para los intereses de la plutocracia, así que entra en juego un plan por el cual al obrero se le arrebata todo vínculo emocional y físico que le incite a luchar por un proyecto de vida sustancial, con el claro objetivo de controlar el exceso de población en países desarrollados.

Eso se consigue de dos formas. La primera la saco directamente del propio informe: “Ningún país ha reducido el crecimiento de su población sin recurrir al aborto”. Si estableces una sistemática reducción eugenésica de la población con el pretexto de una presunta libertad sexual, usando el feminismo como caballo de Troya, consigues una población autorregulada. Y que el obrero pierde su iniciativa vital sin proyectos familiares sólidos es tan cierto como que E es igual a MC2.

La segunda es una consecuencia directa de la primera. Si no tienes hijos, no necesitas sueldos altos para así mantenerlos. Tus expectativas económicas se ven reducidas a la mera subsistencia personal, lo que te lleva a vivir cada vez más aislado. Como Jeff Jefferies, pero con ansiedad en lugar de una pierna rota. Así que el propio sistema se encarga de suministrarte analgésicos de fabricación casera, cuya función es la de mantenerte enganchado a tu propia autodestrucción consumista. Una generación posmoderna que, como escribió Esperanza Ruiz: “es una mezcla de la doxa sistémica, aplicaciones para ligar y entrega de comida basura a domicilio en tiempo récord”.

Así, tenemos a unos jóvenes cuyos ingresos son sustancialmente inferiores a los de sus padres a su edad y que están convencidos de que viven en la cúspide de la civilización, cuando la realidad es que han cambiado las escrituras de una casa por una suscripción a Netflix. Han sustituido la promesa de una familia por vivir resoplando con los dragones.

Lezuzahttps://medium.com/@lezuza
Bebo hidromiel en los cráneos.

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