Vacunas

Los no-peligros de los no-vacunados.

Las discusiones sobre los beneficios y riesgos de la vacunación son tan viejas como las propias vacunas, y ninguna de ellas es tan representativa como la que tuvo lugar en el siglo XVIII entre Bernoulli y D’Alambert. Bernoulli, partidario de la vacunación, argumentaba que la popularización de las vacunas resultaría en la prolongación de la esperanza de vida, pese al riesgo que presentaban. Por su parte y en el lado contrario, D’Alambert cuestionaba la validez del argumento esgrimido por Bernoulli preguntando quién aceptaría someterse a una operación con una probabilidad de 1 entre 5 de matar al paciente a cambio de prolongar la vida unas décadas. Vistos los resultados a posteriori, parece que Bernoulli acabó ganando la discusión.

Gracias a la vacunación las naciones han conseguido controlar y acabar con plagas como la rabia, la polio, y la viruela, que aterraban a los pueblos, y que representaban una variable más de eso que llamamos azar y que decide la desgracia y gracia de las gentes, el descenso y ascenso de los imperios, fueran plebeyos o reyes. El segundo emperador de la dinastía Qing, Shunzhi, murió de viruela. Como también Enrique Estuardo, quien habría sido rey después de Carlos II de Inglaterra, al igual que la reina María II sucumbió a la enfermedad. Podría decirse que la viruela acabó con la dinastía de los Estuardo, de igual forma que la peste negra acabó con la servidumbre en Inglaterra.

Para nuestros enemigos es muy conveniente llamar antivacunas, así, en general, aunque tengan la cartilla de vacunación completa, a todo aquel que rehúsa la “vacuna” de la Covid-19. Es un truco propagandístico que les ha venido estupendamente bien, con el propósito de demonizar por asociación, de igual manera vinculan el terraplanismo con la crítica a la inmigración, aunque sean cosas que no tengan nada que ver. El terraplanismo de hecho no existe de forma seria, sino que ha sido creado de forma artificial por los medios de entretenimiento, como parte del clásico pan y circo. Los mismos que hace años probablemente se habrían dedicado a reírse de esas ridículas feministas histéricas de tinte rojo, ahora dedican extensos videos “documentando y desmontando el terraplanismo” porque lo anterior, aunque pueda dar algo de grima, era reflejo de algo real y por lo tanto peligroso para el sistema, aunque fuera de forma accidental.

Por supuesto, yo no pongo en duda que la pseudovacuna, y añado este prefijo porque no previene el contagio como admiten sus fanáticos, reduzca la gravedad de la enfermedad en aquellos individuos inmunodeprimidos y grupos de riesgo. Sin embargo, ha quedado demostrado que la vacunación es completamente inútil para el grupo de población joven sin problemas de salud, para los que la Covid-19 bien podría no existir, y de existir, no pasa de un resfriado. Pese a ello, en algunos países se empieza a imponer la idea del pasaporte sanitario y la vacunación obligatoria inclusive para este grupo de personas, que repito no necesitan la pseudovacuna. Al inicio de la pandemia los jóvenes aceptaron el confinamiento y, entre otras cosas, limitar el contacto con sus seres queridos no de forma egoísta por ellos mismos, sino por aquellos que les rodeaban y que sí podían ser vulnerables.

El argumento de la responsabilidad individual por su propia salud física hace aguas en el momento que las estadísticas muestran que la vacunación de los jóvenes lleva de la increíble cifra prevacunación de cero muertes a la otra increíble cifra posvacunación de cero muertes. El argumento de la responsabilidad colectiva también es risible, porque sus seres queridos deben estar ya vacunados y, como digo, sus fanáticos admiten que la vacunación no previene el contagio. No existe, por lo tanto, ninguna racionalidad en obligar a los jóvenes saludables a vacunarse, en su caso, las consecuencias mentales de esta presión y de prolongar estas medidas puede ser mucho peor que cualquier consecuencia física que podrían padecer.

Sin duda es probable que el pasaporte sanitario, las vacunaciones obligatorias y nuevos confinamientos aparezcan al ritmo que los terroristas con equipos de audio y video, que reivindican con el nombre de “periodistas” sus atentados contra el pueblo, golpean al compás sus tambores de guerra. Por supuesto, cuando ocurra se culpará a los “antivacunas” de todo ello, aunque con menos porcentajes de población vacunada fueran erradicadas la polio y la viruela. Ciertamente, la pandemia pareciera haberse materializado en forma de tulpa, un ser que necesita atención para existir, y que terminará sin efectos visibles en el momento que sus devotos dejen de alabarla. Las victimas mentales se cuentan por decenas de millones, no son pocos los que desean la muerte a los no vacunados, y muchos más los que desean verlos sufriendo. Parecen haberse empeñado en demostrar con toda certeza, mediante su propio ejemplo, la teoría de Aristóteles sobre la esclavitud natural. Y mis lectores más veteranos saben bien que no digo eso como algo que sea necesariamente malo.

Si tú, lector, eres alguien joven, con plena salud y que sabe con convicción que de nada se tiene que preocupar, y no estás vacunado, te doy mi enhorabuena. Has sobrevivido a la operación de manipulación psicológica y presión social más grande de la historia.

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