Atado a la tierra

Libertad de movimiento y globalismo.

Podemos concretar que la diferencia fundamental entre los esclavos y los siervos reside en la posición de los segundos como adscriptus glebae. Si bien es cierto que el esclavo es propiedad directa, no sería completamente correcto decir que el siervo no es propiedad, sino que es propiedad indirecta, ya que el siervo pertenece a la tierra y la tierra pertenece al señor. De esta manera tanto los esclavos como los siervos eran considerados de entre las dos categorías de propiedad romanas parte de la res mancipi, la propiedad trasmisible (mancipatio) en el derecho romano, en contraposición a la res nec mancipi, hasta su abolición por Justiniano I en el Corpus iuris civilis. Como consecuencia de esta característica, el señor puede vender esclavos individualmente, pero no puede vender a los siervos si no es mediante la venta de la tierra a la que pertenecen. El siervo está atado a la tierra, tiene prohibido abandonar los dominios de su señor sin autorización, por otra parte, el señor no puede deshacerse de sus siervos de ningún modo salvo por conducta criminal. Vemos de este modo representadas dos de los poderes señoriales más antiguos, la privación de libertad de movimiento y el destierro.

No fue hasta la emancipación de los siervos que estos adquirieron lo que se conoce como libertad de locomoción, o de movimiento, es decir el derecho de poder trasladarse y cambiar su domicilio por su propia voluntad. Hasta el gran éxodo rural a las ciudades para trabajar en las fábricas de la revolución industrial, este nuevo derecho era prácticamente inútil para la mayoría de los campesinos. Sin embargo, como consecuencia el nuevo derecho del señor frecuentemente se volvía en contra del campesinado, pues ahora el señor podía deshacerse de aquellos campesinos molestos que residían en sus tierras sin la necesidad de venderlas. Encuentro difícil argumentar que la libertad de locomoción por sí misma fuera un gran triunfo para el bienestar del pueblo llano, especialmente porque vemos que una mayor libertad de movimiento no implica mayor bonanza, de lo contrario la clase nómada por excelencia, los vagabundos (del latín vagabundus, de aquel que vaga) sería la cúspide de las aspiraciones sociales. Por otra parte, comprobamos que en el matrimonio patriarcal esta libertad se ve ampliamente reducida para la esposa y los hijos, que pierden la independencia para abandonar al cabeza de familia sin su autorización.

Pero el gran logro de la libertad de locomoción fue la cada vez mayor demanda de transporte, al principio de forma más local, conectando a los pueblos con las ciudades, y posteriormente de forma más global conectando a los países entre sí. El avance tecnológico ofrecía formas de transporte cada vez más rápidas, cómodas y de mayor capacidad. Deducimos que de hecho la libertad de movimiento es un factor clave para entender el cosmopolitismo imperante en la sociedad, el hombre de estar atado a la tierra ha pasado a estar atado a la nada, no tiene domicilio fijo, ni tiene asociación con la tierra a la que ya no pertenece, sino que ahora cree que la tierra en su totalidad le pertenece a él, y como diría Turgot “las naciones separadas se acercan unas a otras”:

Vemos el establecimiento de sociedades y la formación de naciones que, a su vez, dominan a otras naciones o se someten a ellas. Los imperios surgen y caen; las leyes y las formas de gobierno se suceden; las artes y las ciencias, a su vez, se descubren y perfeccionan, y a su vez se retardan y aceleran su progreso; y se transmiten de un país a otro. El interés propio, la ambición y la vanagloria cambian continuamente la escena mundial e inundan la tierra de sangre; sin embargo, en medio de sus estragos los modales se suavizan, la mente humana se ilumina más y las naciones separadas se acercan unas a otras. Finalmente, los lazos comerciales y políticos unen todas las partes del globo, y toda la raza humana, a través de períodos alternos de descanso e inquietud, de bienestar y aflicción, sigue avanzando, aunque a un ritmo lento, hacia una mayor perfección.

Anne Robert Jacques Turgot, Discursos sobre el progreso humano (1750)


El transporte facilita no sólo la exportación e importación de bienes (globalización) sino también la de personas (globalismo) y es lo que moldea nuestra percepción del mundo. No por nada convencionalmente los humanos medimos las distancias no sólo por su longitud en el espacio, sino también por su tiempo. Según las distancias se hacen cada vez más cortas, el mundo se hace más pequeño y miramos a las estrellas, extendiendo el brazo a la luna y creyendo tener el universo entero en la palma de nuestra mano.

Pero el transporte no sólo acerca a las personas entre ellas físicamente, este es de hecho su uso menos frecuente, sino que sobre todo las acerca emocionalmente. La comunicación entre las distintas partes del mundo se ha ido acelerando al mismo ritmo que el transporte, hasta llegar a su perfección que es la comunicación instantánea que nos proporciona el mundo digital. La creciente aceleración de todo nos provoca cinetosis, en el internet primitivo un archivo de unos cuantos cientos de kilobytes aún podía tardar horas, mientras que ahora podemos enviar cientos de megabytes en cuestión de segundos. Nuestra paciencia cada vez es menor y no sabemos cómo disfrutar de la espera adecuadamente, algunos llegan a ponerse nerviosos si algo tarda dos segundos en cargar en vez de uno. Un mito histórico cuenta que el 4 de julio de 1776, Jorge III del Reino Unido escribió en su diario “nada importante ha ocurrido hoy”. Es un mito, porque para empezar Jorge III ni tenía un diario, pero nos sirve para ilustrar algo que era completamente posible, que un rey no tuviera ni idea de lo que pasaba en la otra punta de sus dominios hasta pasado semanas e incluso meses, mientras que hoy es algo impensable.

No quisiera yo sugerir al lector que debamos acabar con el transporte tal y como lo conocemos hoy, deshacernos de ese jacobino mecánico al que hacía referencia Russell Kirk, no tanto porque sea algo realmente indeseable sino porque es inasumible socialmente. Encontrándonos en el caso en el que dar marcha atrás es una imposibilidad, con más razón para nosotros se ha convertido en un deber tratar con detenimiento cómo puede la modernidad ser utilizada para servir a la tradición en lugar de desplazarla y destruirla. Para volver a atar al hombre a la tierra, quizá encontremos en la propiedad, junto a los lazos comunitarios y nacionales, la respuesta a este problema.

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