La magistral forma que tiene Bong Joon-ho de dividir a la clase baja de la clase alta es mediante el olor. En su película Parásitos son continuas las referencias de la clase acomodada al olor especial que desprenden sus criados, los parásitos. Un hedor como a rábano pasado, como el de un trapo viejo al lavarlo. Es un olor incómodo. Y no es por falta de higiene: eso se solucionaría cambiando de jabón. Pero, como dice Ki- Jung (hija parásita), no es el jabón lo que huelen sus huéspedes parasitados, sino esa casa, ese barrio. Lo que atufa sus acomodadas vidas capitalistas es el olor a clase baja. Y eso no hay jabón que lo disimule. Pueden vestir como ellos y hablar como ellos. Incluso podrían ganar tanto dinero como ellos. Pero jamás se liberarían de la rémora de haber nacido en un barrio pobre.
Hay muchas cosas que huelen a clase baja. No haber acabado los estudios, por ejemplo. O no tener una bandera europea en el nick de Twitter. Eso apesta a mugre. Otra cosa que hiede a basura social es no votar al PSOE. No pueden evitarlo: los socialistas odian al currito. Odian que tenga que madrugar para trabajar. Que sus manos estén llenas de callos. Que no sepan de géneros fluidos. «Joder, cómo pueden no entender lo que es un cisgénero. Con la de charlas que les damos a sus hijos en los colegios». Detestan que no queramos participar del desmembramiento de nuestra patria. Odian nuestro olor. Desprecian hasta nuestra última molécula clasemediera. Nos odian tanto que no les tiembla el pulso para combatirnos con tanquetas. Ellos, el partido Obrero Español. Con tanquetas.
No hay nada más sadomasoquista que un votante de izquierdas. Porque el votante de derechas, al menos, cree que la derecha liberal tendrá compasión de él y podrá vivir de sus migajas. El de izquierdas, en cambio, es un adicto a que le fustiguen y desprecien. A que le escupan en la cara y le pregunten quién es la más zorra. Es un tipo muy definido de tonto con ínfulas, que no duda. Vive encerrado en su propia experiencia psicótica autodestructiva y solo sabe compadecerse de quien no le acompaña en ese viaje sin retorno a la cordura.
Y eso el PSOE lo sabe. La experiencia se lo confirma. No existe nada lo suficientemente abominable que pueda hacerle para que ese cromosoma aplastado salga de la cárcel PSOE state of mind. Así que se aprovecha. Lo humilla. Y ya de paso, le restriega en sus narices que no puede ir a otro sitio. Esa gente es el enemigo, los que sostienen al imperio criminal conocido como Partido Socialista Obrero Español. Y solo se les podrá combatir de dos formas. La primera no es legal. Y la segunda consiste en rescatar al los obreros de la tiranía socialista. Aglutinar voto de toda esa basura social que apesta a clase baja. Somos la nueva escoria. Olemos mal. Y nos odian por ello. Si nos atacan con tanquetas, que les follen. Nosotros somos más, y tenemos más mala hostia.
Ese olor ya se viene definiendo hace tiempo en el debate público, que es el olor a rancio. Todo lo que sea contrario a ese complejo sistema conceptual que orbita alrededor de la PSOE State of mind, huele a rancio, a naftalina. Por supuesto, todos los acólitos que sobreviven gracias a la meada de escorrentía que baña las faldas del imponente monte PSOE ya se han guardado de rubricarlo en la arena cultural, como es el caso de penoso cómic “ranciofacts”, que recoge una miriada de clichés dignos de un agotado guionista senior de El Intermedio. Al final, se trata de una ramificación sensorial del “tengo un paper que dice que te tienes que callar”.