Cacería salvaje

La farsa española es tal, que Elsa pasa por fascista. No en los términos que entenderíamos por fascista en un país con cultura política: fascista de las que merecen que las violen en un colchón. No sé a estas alturas de qué me sorprendo, pero lo cierto es que esta jodida panda de lunáticos aún consigue pasmarme. No es ya la normalización del asesinato en cadena, a la que un servidor está más que acostumbrado, sino el cómo se comporta toda la maquinaria política y periodística para destruir conjuntamente a una persona que no le es grata. Es una picadora de carne a la que no le importa convertir a una niña en un amasijo de carne maloliente. Son putos animales de presa. Ahí, chicos, buscad. Y allá que van todos como en la cacería salvaje.

Al otro lado de la pista, nuestra joven heroína que, en vez de huir, se mantiene quieta espada en mano. Como San Pedro. Desafiante como solo quien se sabe dueña de la verdad puede estarlo.

Elsa personifica ese cristianismo cavernario, combativo y subversivo, con el que Nerón solo supo lidiar iluminando Roma con los cadáveres de los primeros seguidores de Cristo. Desconozco si ella sigue instrucciones directas de Catalina de Alejandría, del Arcángel Miguel o de Santa Margarita. Pero lo que está claro es que no está sola. Que quizá sin saberlo es la punta de lanza de un plan. Como un caballero oscuro trabajando al margen de la ley por un bien mayor, ella ha forzado el discurso hasta sus últimas consecuencias en pos de los más débiles y ha salido triunfante. Porque no solo ha denunciado a voz en cuello a los malhechores que compadrean con Moloch, sino que ha reventado el discurso predominante con la voz dulce con que solo podría hacerlo una enviada divina. Ha dejado a la ramera desnuda de relato. No más ignorancia forzada. No más mirar al otro lado. Elsa ha colocado al argumentario progresista a cuatro patas y le ha dado de mamar durante una hora.

La respuesta del sistema, no por predecible, deja de ser vergonzosa, claro. Pero nos enseña una valiosa lección. No debemos tener piedad ni altos valores caballerescos. De esos por los que nuestros centristas centrados se matan a onanismas. Por si alguien aún no se había dado cuenta, estamos en medio de una guerra entre el bien y el mal. No es una figura retórica de columnista con exceso de lecturas. Es la puta batalla de nuestra época en el sentido más literal que puedo escribir. No más concesiones a una izquierda rastrera que solo quiere vernos arder. Basta de responder a sus ataques con buenos modales. ¿De qué sirve tener a Elsa partiéndose los morros contra el aquelarre izquierdista, si luego nos ponemos estupendos cuando la jauría la desmembra? O empezamos a brindar en los cráneos de nuestros enemigos sin meñiques enhiestos, o vamos a servir de pasto para huertos ecológicos libres de plásticos. Así que si tenéis cartera, tomadla, y también una bolsa; y si no tenéis una espada, ya estáis tardando en compraros una, coño.

Lezuzahttps://medium.com/@lezuza
Bebo hidromiel en los cráneos.

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