La derecha yeyé

“Revolución cultural: la rebeldía se hace de derechas” titulaba así Jorge Vilches un artículo del 15 de enero en La Razón, al que no voy a enlazar directamente debido a su naturaleza execrable. Podemos encontrar aquí toda una serie de vítores y un reparto de medallas ceremonial como quien ovaciona a los que en un teatro hacen el papel de arbusto, todo lo imaginable salvo cualquiera de las cosas a las que hace mención el título, pues es imposible encontrar dónde está la revolución, la rebeldía o siquiera la derecha de la que presume con tantos aires triunfales.

Empiezo a sentir escalofríos recorriéndome el cuerpo cada vez que leo “derecha punk” o “batalla cultural”, es un augurio de que lo que viene después con gran seguridad va a producir vergüenza ajena. No porque yo no crea en ellas como conceptos, pues he sido, soy y seré un defensor de la teoría de la ventana de Overton y la necesidad de “moverla” (que es a lo que realmente hacemos referencia). Mi problema es que estas palabras son con mayor frecuencia entonadas por aquellos que trabajan activamente contra nosotros, prueba de ello es el propio autor del artículo anunciando que “Pablo Casado es el futuro”, reír por no llorar. ¿Derecha punk? Yo a estos cantamañanas los bautizaría mejor con el sobrenombre de derecha yeyé.

Esta derecha yeyé es la caterva de liberales de siempre que ponen el grito en el cielo cuando a alguien se le ocurre decir que igual deberíamos defender el comercio local, que ante cualquier ofensa a un gigante americano les arden los ojos como si hubieran sido poseídos por la encarnación del mismísimo Mammón, o paridos en un almacén de Amazon. La derechita yeyé considera más aceptable haber sido maoísta que falangista, antes camisa roja que camisa azul. Su único reproche a la izquierda es su creencia de que ha dejado de ser de izquierdas para asimilarse más a la concepción que tienen de lo que es la derecha, en referencia al autoritarismo. La izquierda no es mala por ser feminista sino porque no representa al “feminismo verdadero” y así con todas las posiciones ideológicas. Realmente temen más a la derecha real que lo que temen a la izquierda, y por eso están desesperados por “devolver la cordura” mediante el “debate” sin saber que la era del debate ya ha terminado. Así lo admitió Jordan Peterson, a quien muchos yeyés ponen en un altar:

CO: ¿No es también el papel de una sociedad hacer que las personas se sientan incluidas y tener inclusión?

JP: No. No es el papel de la sociedad hacer que la gente se sienta incluida. Ese no es el papel de la sociedad. El papel de la sociedad es mantener un mínimo de paz entre las personas. No es el papel de la sociedad hacer que la gente se sienta cómoda. Creo que la sociedad está cambiando en muchos sentidos. Puedo decirles una cosa que me aterroriza mucho, y pueden pensar en esto. Creo que el continuo empuje descuidado de la gente por parte de los radicales de izquierda está despertando peligrosamente a la derecha. Así que puedes considerar esto como una profecía mía si quieres. Dentro del colectivo hay una bestia y la bestia usa sus puños. Si despiertas a la bestia, surge la violencia. Me temo que este continuo empuje de la izquierda radical va a despertar a la bestia.

La derecha tiene la mala costumbre de recoger toda la basura desechada por la izquierda, los catapultan a la fama como “disidentes” y los convierten en los nuevos portavoces de la derecha, pese a que no han renunciado a sus posiciones fundamentales de izquierda, uno de nuestros homólogos americanos ha bautizado esta condición parasitaria con el nombre de “temporalmente avergonzados”. En nuestro caso los yeyés pasean el aspa de Borgoña mientras alaban a Thatcher y Reagan, y ciertamente he de admitir que representan mejor que nadie el engaño de Reagan a los conservadores, como describe Christopher Caldwell en su libro “Age of Entitlement”:

En ese momento, un credo que mezclaba el capitalismo sin trabas (considerado “conservador”) con una sexualidad sin trabas (considerada “liberal”) parecía contradictorio. No lo era. Era lógico y poderoso. Vendría, una generación más tarde, a parecer invencible.

Pero la enemistad de (Ayn) Rand hacia Reagan por ese motivo fue miope. El hecho de que aprendiera a cantar ciertas notas conservadoras sobre el sexo en la década de 1970, e incluso que diera un discurso en contra del aborto en 1983, no debería distraer la atención de su preeminencia como progresista sexual. En 1967, como gobernador de California, firmó la liberalización del aborto de mayor alcance en la historia de Estados Unidos. En 1969 introdujo el divorcio libre en todo el estado con su Ley de derecho familiar. En el momento de su campaña para la presidencia en 1980, hubiera sido justo decir que Reagan había hecho más que cualquier político de cualquier partido para construir las instituciones de la liberación sexual posfeminista.

Christopher Caldwell, Age of Entitlement: America since the Sixties, cap. 5.

Disidencia, rebeldía, revolución, e incluso derecha, son palabras que quedan muy grandes para la liberalada, quienes no merecen ni la más mínima consideración y cuyas preposiciones morales e ideológicas son en primer lugar las que nos han llevado a esta infame situación. La verdadera batalla cultural está en afirmar la autoridad patriarcal en el matrimonio monógamo indisoluble, no en comprar niños en Ucrania. Si ellos enarbolan a Locke, yo enarbolaré a Filmer, si ellos dicen libertad, yo diré esclavitud.

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