Daddy issues

Felipe IV fantaseaba con sodomizar a Ganímedes. Eso se deduce de la petición que le hizo a Rubens de un Ganímedes siendo penetrado analmente por un carcaj. Su destino sería decorar la habitación donde se organizaban sus famosas orgías, en las que solo le faltó follarse a los ratones del palacio. Felipe IV era un salido, sí; pero, sin saberlo, nos dejó pistas sobre los hábitos impúdicos que gastan nuestras élites a la hora de pasar un buen rato. ¿Todas las élites? Bueno, casi. Podrían escribirse mil artículos y aún faltarían caracteres para explicar todos los casos de pederastia que no solo salpican, sino que empantanan por completo a nuestra clase gobernante.

Exprimeros ministros belgas, obispos estadounidenses, políticos conservadores ingleses, periodistas franceses y más y más ejemplos. Todos y cada uno con un patrón común. El abuso sin precedentes de niños, sin las consecuentes consecuencias penales. Por qué no tienen consecuencias es obvio. Ese no es el punto. El punto es por qué querrían estas élites normalizar las relaciones sexuales con niños, si rara vez tienen desenlaces legales. Bien. Es inusitadamente sencillo. Si consigues vender que la sexualidad no se ata a ningún patrón moral ni biológico o natural, y solo se trata de una mera construcción social, nada nos limita a tener relaciones sexuales intergeneracionales. Nambla intentó normalizar esto en los ochenta sin mucho éxito. El mensaje era el mismo, pero los medios de los que disponían no sirvieron para penetrar en la psique colectiva. La población rechazó el mensaje. ¿Fue pronto? Es posible. La gente aún estaba asimilando la incipiente irrupción del movimiento LGTB. No solo necesitaban un mensaje que calara en la clase media, sino tiempo para que, utilizando los medios de comunicación y una fuerte propaganda, el ciudadano medio dejase de intentar resistirse a sus valores primitivos más básicos y acabara aceptando que toda relación carnal es lícita, siempre que haya consentimiento. Y aquí entra en juego Harry Hay que, además de iniciado sexualmente a los nueve años, fue fundador de la Mattachine Society y de las Radical Faeries. Este tipo fue el principal promotor del movimiento LGTBI en los EE.UU. y, óbviando que estuvo afiliado al partido comunista, fue uno de los promotores de Nambla.

Las cartas están ya sobre la mesa. Solo nos queda ordenarlas para hacer el póker. El mismo padre fundador del movimiento LGTBI americano es el padre fundador del movimiento pedófilo americano. Si los lobbies LGTBI no han marchado siempre de la mano con lobbies como Nambla no ha sido por incompatibilidad ideológica, sino por oportunismo político. Saben que el asunto está demasiado verde como para que la sociedad lo vea con buenos ojos. Y no será porque no estén intentándolo. Intelectuales progresistas como Beatriz Preciado empiezan a marcar las líneas maestras con citas como: «Las estrategias de conocimiento y control que llevan a la estigmatización o la criminalización social estaba desplazándose desde la figura decimonónica del homosexual, absorbida y normalizada por la “cultura gay” hasta la figura del pedófilo como nuevo límite humano […] ¿Qué quiere decir pedofilia? ¿Cuál es la relación política que existe entre los constructores de edad y de sexualidad? ¿Cuál es la máquina social que la pedofilia encara? […] ¿Acaso no es el miedo a reconocer los deseos pedófilos colectivos que se codifican y territorializan a través de la institución de la familia lo que nos hacer ver e inventar al pedófilo como difusa de los abyecto?

Por supuesto, se argumentará que todo el movimiento de la llamada «sexualidad intergeneracional» no es más que un compromiso con los derechos sexuales de los niños. Aunque, la verdad, nunca he visto a niños con pancartas por la calle reclamando poder acostarse con sus abuelos. El movimiento seguirá impasible a toda resistencia, abarcando todos los puntos de la agenda globalista. En unos países entrará antes y en otros después, pero todos irán cayendo, como ha ocurrido con el aborto, por ejemplo. Los ciudadanos insurrectos serán señalados con sus respectivas aes rojas y condenados al ostracismo. Las demarcaciones morales hechas añicos en pro de un mundo gobernado por los que desean verlo arder.

Visto lo visto, nos queda una pregunta por resolver. ¿Hay una clara relación entre los lobbies LGTBI, las élites globalistas y la pedofilia? Es obvio que sí. Que si Felipe IV estuviera hoy vivo, sería el más ferviente defensor de una política liberal, en la que la sexualidad es solo una construcción social. Que clamaría por unos supuestos derechos individuales que abogaran por la concordia y el bienestar común. Por supuesto, no se expondría públicamente con sus opiniones, pero siempre estaría rodeado de quienes las secunden. Quizá nuestra clase gobernante no ha cambiado tanto desde entonces.

Lezuzahttps://medium.com/@lezuza
Bebo hidromiel en los cráneos.

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